De mi jardín humano

He estado en receso estas últimas semanas, o quizás en un receso forzado, entre trabajos de la universidad, venciendo fantasmas internos y la vida en general, a veces es simplemente un huracán que te atrapa y no logras sacar el tiempo suficiente para la expresión. Siempre pensé que no era posible aprender a bailar con mi propio ritmo, sin perderme en el ritmo tanto interno como externo y hacer arder en llamas todo lo que estaba en mi alrededor. He tratado de habitarme estas últimas semanas que a pesar de ser agotadoras, han sido reveladoras de lo que soy capaz de hacer.

Casi siempre busco un modo externo de mantener en control, tal vez porque solía pensar que no podía manejarlo y necesitaba que alguien más se encargara de lo que yo me consideraba: un desastre. Las acciones más recientes me muestran que a pesar de la frustración, la ira, el cansancio y los momentos en los que he dicho: no puedo, al final salen. Salen las cosas bien, se acomodan de a pocos y pasan cambios interesantes de perspectiva y la forma en la que veo mi reflejo en el espejo cambia. Cambia la naturaleza con la que me veo.

Irse conociendo es completamente una aventura del diario vivir, hecho de momentos de cosas inesperadas, de las sorpresas que se dan al abrirse. He hecho cosas últimamente que no me sentía lista para hacer, como empezar un camino diferente desde cero, abrirme a otras prácticas y dejarme ir por completo a lo desconocido, tratando de no aferrarme a l rompecabezas que pens´que tendría acomodado para esta edad. Mi rompecabezas va tomando una forma muy diferente a la planeada y patalear por ello no hará que la imagen sobre las piezas cambie, solamente no podría disfrutar de ese mosaico hecho de miles de pedazos tomados de aquí y de allá.

Hoy en día es un honor el poder vivir realmente dentro del envase en el que nacimos y tomarse el tiempo para estar en silencio, contemplación e irse conociendo, de la forma en la que se conoce un lugar al que se encuentra por primera vez. Recuerdo que en la universidad en algún punto se había hecho una analogía entre los jardines normales como los de grandes instituciones y los jardines japoneses y las personas. A las personas ,actualmente, nos hacen parecernos más a los jardines normales, con cierta forma (ambiciones), ciertos elementos (requisitos para ser felices), las mismas flores (logros) y ser nada más una estampa de una sola capa, algo bonito para observar, un adorno a lo que crece alrededor.

Me rehúso a esa realidad. A la realidad en la que escogemos personas como en un catálogo virtual, envuelta en máscara, en imágenes que nada más reflejan lo que quieren mostrar al mundo con el fin de venderse de una forma casi desechable hacia los demás, como si además de esa fotografía no hubiera más. Como si nada más fuéramos envases vacíos, que se muestran ante un escaparate, reciclables, reutilizables, compartidos y vacíos al final del día. No quiero no sentir esa pasión que cada uno lleva dentro, esa llama que nos hace particularmente especiales, ese olor característico que nos distingue de otros, esa diferencia que queremos hacer en el mundo por el simple hecho que en el catálogo no te presentaste como tú mismo.

En la buena teoría, somos más como el jardín japonés, con múltiples capas, con detalles que sólo se ven con ciertos ángulos y muy seguramente nunca terminamos de realmente conocer cada piedra, cada arbusto, flor o hasta el mismo zacate de ese jardín porque varía con los ciclos, con las estaciones, hasta con los días en general. Se nos ha enseñado a ser siempre estables, a siempre estar en el mismo lugar, sin embargo como todo, tenemos nuestros ciclos, nuestras plantas, piedras, decoraciones dependen de miles de variables a nuestro alrededor.

No quiero ser un jardín común, recortado al antojo del jardinero o del jefe del jardinero. Quiero ser un jardín japonés que ofrezca más que los límites de mi piel al mundo, más que el cuerpo que cada día se despierta y se desplaza por el mundo, que no es nada más un objeto para que los demás vean, sino que respira, que me mantiene con vida, con un cerebro que se ilumina con diferentes patrones como árbol de navidad y que hace lo posible para evitar que las olas del estrés me ahoguen por completo en medio del bullicio de la ciudad. No quiero ser una flor obligada a florecer todo el tiempo, sino florecer a mi ritmo, a veces mucho, a veces nada y a veces nada más ser una planta agradecida, llena de frondosas hojas.

Quiero admitir a seres vivos capaces de mirar la belleza más allá de la cerca que resguarda el jardín, que puedan sentir el mismo respeto que yo siento por sus jardines y que quizás me dejen una planta, una fuente o un ave nueva. El jardín siempre está en movimiento, cada vez con aventuras nuevas, con cosas que no dejamos de conocer, es magia entre ciclos, estaciones y capas. Quiero ofrecer algo más que una linda vista que se recorre de un sólo con una mirada, quiero ofecer una aventura más allá de lo sensorial donde con ojos abiertos o cerrados, podamos sentir que hay un mundo más allá, más instintivo, más enraizado, más real, donde hay un motivo cada día para que nuestros cuerpos sigan realizando el hermoso ritual de mantenernos con vida.

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